viernes, 28 de julio de 2017

Carta a Belén sobre el psicoanálisis



Querida Belén:

            Lamento enterarme de las frustraciones de tu amigo Mohammed. Ciertamente, es muy molestoso cuando te juzgan estereotípicamente por el grupo de tu procedencia. Mohammed es muy amigable, buen estudiante, y una persona muy pacífica, pero con todo, sus compañeros de clase desconfían de él, porque piensan que sus familiares son terroristas, comen demasiadas especias, y se pasan el día entero arrodillados rezando.
            Es natural que Mohammed se moleste. Yo lo entiendo perfectamente, porque es también natural que los psicólogos se molesten, cuando las personas en la calle estereotípicamente los identifican con alguna persona que escribe lo que otra persona le dice mientras está acostada en un sillón. Más molestoso aún es cuando se forma la idea de que, en esa escena, el psicólogo le dice a la persona acostada que la raíz de sus problemas está en el hecho de que quiere acostarse con su madre y matar a su padre.

            La mayoría de los psicólogos no dicen estas tonterías. Pero, como sabrás, muchas veces los estereotipos reposan sobre algunas verdades, y sí es cierto que, en una época, muchos psicólogos sí decían cosas parecidas. Todo se debe a la influencia de Sigmund Freud, un señor que no es el fundador de la psicología, pero mucha gente erróneamente cree que sí lo es. Y, también mucha gente cree que sus ideas son muy importantes en la psicología, cuando en realidad, provocan más risa que seriedad.
            Freud fue un médico austríaco de la primera mitad del siglo XX, y fue el fundador del movimiento que vino a llamarse psicoanálisis. La idea básica del psicoanálisis es bastante razonable: además de la existencia de pensamientos conscientes, en nuestra mente hay pensamientos inconscientes. Algunas veces, tú puedes hacer cosas sin ni siquiera darte cuenta de que las estás haciendo. Freud efectivamente propuso esta idea, pero de ningún modo fue el primero en hacerlo. No merece ningún premio Nobel por ello.
            Ahora bien, a partir de esa idea básica, Freud hizo una larga carrera académica diciendo disparates. Freud empezó a tratar pacientes que tenían problemas mentales. Con casi todos esos pacientes, Freud se empeñaba en decir que sus problemas mentales (depresión, ansiedad, psicosis, etc.) se debían a conflictos entre la mente inconsciente y la mente consciente. Esos pacientes inconscientemente pensaban algunas cosas molestosas, pero la mente consciente, decía Freud, se encarga de reprimir esos pensamientos. Como resultado, la gente se enferma de la mente. Y, la forma de curarlos, es abriendo el inconsciente para explorar esos pensamientos que están siendo reprimidos.
            El origen de las enfermedades mentales es muy complejo, y en futuras cartas, puedo escribirte más sobre este asunto. Pero, por ahora, puedo decirte que, contrariamente a lo que Freud creía, es falso que todas las enfermedades mentales sean causadas por esa represión que Freud señalaba.
Por ejemplo, una de las más famosas pacientes de Freud, Anna O., sufría de parálisis en el cuello, y perdía la habilidad de hablar en su lengua materna, el alemán. Freud asumió que esos síntomas se debían a conflictos no resueltos de su infancia que yacían en su inconsciente. En sus terapias con esta paciente, Freud se propuso destapar esos conflictos, y según él, eso curó a la paciente. En opinión de Freud, los problemas de Anna O. estaban en la mente.
Un maestro de Freud, Charcot, siempre defendió la idea de que muchos problemas mentales pueden tener causas orgánicas, pero Freud rechazaba esta sugerencia. Nunca sabremos bien qué causaba los síntomas de Anna O., pero algunos médicos hoy presumen que ella pudo haber sufrido de encefalitis (una inflamación del cerebro). La triste verdad es que Anna O. nunca quedó curada, a pesar de que los seguidores de Freud usaron su caso para promover el psicoanálisis. Si, en cambio, Freud hubiera explorado la posibilidad de que esos problemas se debían a un problema orgánico (es decir, en el propio cerebro), quizás Anna O. hubiera recibido mejor tratamiento. Me temo, Belén, que algunos psicólogos, para proteger su profesión, terminan por decir que todos los males de alguien se deben a problemas en las mentes. No siempre es así.
En fin, no es disparatado proponer que algunos síntomas de enfermedades mentales sean psicogénicos (es decir, vienen exclusivamente de la mente), pero lamentablemente, Freud no fue suficientemente cuidadoso en admitir que no todos los síntomas tienen ese origen. Ahora bien, lo que sí es disparatado, es lo que Freud dijo sobre los niños y las relaciones con sus padres. Freud decía que, en las primeras etapas del desarrollo de los niños, los varones quieren tener sexo con sus madres, y las hembras con sus padres. Pero, el niño pronto entiende que ese deseo sexual nunca podrá satisfacerse, porque la madre es compañera sexual del padre. Y así, el niño termina por odiar a su padre, al punto de que lo quiere matar. Pero, esto también produce temor en el niño, y es en él recurrente la idea de que su padre lo castrará. A esto, Freud lo llamó la ansiedad de castración. Las hembras, en cambio, al ver que no tienen genitales, asumen que ellas han sido castradas, y al final, terminan por envidiar los genitales de los varones; a esto, Freud lo llamó la envidia del pene.
Eventualmente, los niños superan estos deseos tan perversos, y la mente consciente reprime estas fantasías. Pero, con todo, el deseo incestuoso y parricida queda en el inconsciente, y si esa persona, ya convertida en adulta, no logra superar este conflicto, eso le causará problemas mentales en su vida. E incluso, aún sin tener propiamente problemas mentales, Freud insistía en que todos los hombres, a la larga, conservamos el deseo inconsciente de acostarnos con nuestras madres y matar a nuestros padres. Es por ello que, supuestamente, los hombres buscamos mujeres parecidas a nuestras madres.
Freud (que a pesar de decir muchas tonterías, era un tipo culto) encontró en la mitología griega una historia que contaba cosas más o menos parecidas. El mito de Edipo narra que este personaje mató a su padre, Layo, y se casó con su madre, Yocasta. Y así, Freud llamó a estos deseos inconscientes el complejo de Edipo. La buena psicología, Belén, no debería estar formulando teorías basándose en mitos griegos. Si fuera así, entonces los psicólogos deberían decir que todos inconscientemente sufrimos zoofilia, porque Leda se acostó con Zeus en forma de cisne. Por lo visto, siempre hay personas que se toman los mitos demasiado en serio.
Freud intentó respaldar estas fantasiosas teorías con algunas observaciones. Es verdad, por ejemplo, que en su época (la llamada época victoriana), los niños se angustiaban un poco, porque algunos padres los amenazaban con cortarles el pene y los testículos, sobre todo para que no intentaran masturbarse. Pero, precisamente, era una amenaza muy puntual relacionada con la masturbación (no tenía nada que ver con deseos incestuosos), y de ningún modo era universal; sólo ocurría en Europa durante esa época, cuando había una gran obsesión con reprimir sexualmente.
Para inventar el cuento del complejo de Edipo, Freud también se valió de un paciente, el llamado hombre lobo. Éste era un hombre que sufría de ansiedad y depresión, y empezó a visitar a Freud en sus consultas. El paciente contó a Freud un sueño en el cual, él estaba en su habitación con la ventana abierta, y afuera había unos lobos blancos. Freud interpretó que ese sueño surgió como consecuencia de que este paciente, cuando era niño, había entrado en la habitación de sus padres, y éstos estaban en plena faena sexual. Así, el paciente quedó traumatizado, no propiamente por la escena en sí, sino ante el hecho de que veía su objeto de deseo sexual, poseída por otro.
Freud acudía a asombrosos malabares para interpretar ese sueño en función de los temas sexuales. Él decía que el blanco de los lobos representaba el color de las sábanas que usaban los padres del paciente. Los rabos de los perros representaban la castración. Y, los animales representaban el hecho de que los padres del paciente tenían sexo como los perros, es decir, en cuatro patas. No te culpo, Belén, si ves morbosidad en todo esto.
Como en el caso de Anna O., Freud y sus discípulos se ufanaban de haber curado al hombre lobo de sus problemas mentales. Pero, muchos años después, se logró ubicar a este paciente (se llamaba Sergei Pankeev, era un aristócrata ruso), y éste confesaba que sus problemas mentales seguían. Y, en cuanto al sueño, al propio Pankeev siempre le pareció absurda la interpretación de Freud, pues en su infancia, lo mismo que en la de todos los niños aristócratas rusos, dormía con su niñera, y no en el cuarto de sus padres, de forma tal que es altamente improbable que alguna vez viera a sus padres en faena sexual.
Freud tenía el lamentable hábito de proyectar sus extrañas ideas en las cosas que sus pacientes le contaban. Así, además de los sueños, Freud decía que el inconsciente sale a relucir cuando cometemos errores de habla (el lapsus linguae): si, en vez de decir que tú tocas el saxófono, dices que tocas el sexófono, eso sería evidencia de que inconscientemente estás pensando en sexo. En otra carta, puedo explicarte por qué Freud seguramente no tenía razón respecto a los sueños. Quizás sus ideas sobre el lapsus linguae sean más aceptables. Pero, sea como sea, el hecho es que Freud muchas veces se apresuró a interpretar erróneamente con sus ideas preconcebidas.
Por ejemplo, Leonardo Da Vinci supuestamente escribió en sus diarios que, cuando era niño, había tenido un sueño en el cual un buitre había frotado su cola sobre la boca del propio Da Vinci. Luego, como adulto, Da Vinci pintó La virgen y el niño con santa Ana, en la cual supuestamente se esboza una figura de pájaro (yo en realidad no la veo en la pintura, y estoy seguro de que si vas al Louvre, Belén, tampoco verás al supuesto pájaro en ese famoso cuadro). Con eso ya Freud pensaba que Da Vinci era homosexual, pues sus deseos homosexuales brotaban inconscientemente en sus sueños y sus pinturas.
Pues bien, la interpretación de Freud resultó ser bochornosa, no solamente por lo aventurado que resulta postular que un pintor del siglo XV era homosexual, sobre la base de unas escuetas referencias, sino también porque el texto original en el cual Da Vinci narraba su sueño había sido mal traducido, y ¡nunca utilizó la palabra buitre, sino que hacía referencia a un pájaro menos agresivo!
Además, Belén, todo ese lío de Freud sobre el complejo de Edipo contradice datos muy firmes de la ciencia. Para tener deseos sexuales, se necesita un cerebro bien desarrollado. Los niños tienen un hipotálamo aún muy inmaduro, de forma tal que no hay deseo sexual en ellos. Decir que los niños desean acostarse con sus madres es desconocer el desarrollo neurológico de los seres humanos.
Freud decía que la sociedad, al contemplar el peligro de que los deseos parricidas e incestuosos se satisfagan, impone restricciones, y así, reprime conscientemente estos deseos inconscientes. Según Freud, al principio de nuestra especie, los hombres se acostaban con sus madres y sus hermanas, pero un buen día, una banda de hermanos mató a su padre, y al sentir culpa, decidieron prohibir el incesto. Así ha quedado prohibido desde entonces. Incluso, Freud llegó a decir que a Moisés lo mataron los propios israelitas, como producto de ese deseo parricida (lo veían como un padre), y que desde entonces, los judíos han sentido gran culpa por ello. 

¡Vaya historia! Quizás Freud mereció premios, no de psicología, pero sí de novela. De nuevo, Belén, todo este cuento (no te negaré que es muy entretenido) contradice algunos postulados firmes de la ciencia. Edward Westermarck, un psicólogo contemporáneo de Freud, decía que la prohibición del incesto ya viene en los genes, por una razón muy sencilla: fue ventajosa en la selección natural. El practicar el incesto tiene riesgos biológicos, y así, aquellos grupos que tuvieran genes que les hicieran evitar el incesto, sobrevivían en mayor número. Los genes en cuestión no hacen sentir repulsión al incesto propiamente, sino repulsión sexual hacia aquellos con quienes nos criamos desde niños. En algunas regiones de Taiwán, por ejemplo, hay la costumbre de criar juntos a futuros esposos, pero cuando éstos se casan, el matrimonio fracasa, y no sienten atractivo sexual. Esto es seguramente debido al hecho de que se activan los genes que les hace sentir repudio sexual hacia los compañeros de la infancia.
En fin, Belén, no quiero ser muy duro con Freud. Seguramente alguna amiga te habrá hablado de él, y no desearía que te pelees con esa amiga, exponiéndole todos estos aspectos tan fallidos de sus ideas. Por alguna extraña razón, mucha gente que pretende ser cool, toma a Freud como una gran inspiración. Asumen que el hablar sobre Freud los hace más inteligentes, más vanguardistas, más amantes del buen cine (en especial las películas de Woody Allen). Tonterías. Pero, al menos, a pesar de sus disparates, a Freud se le entendía lo que decía. En cambio, Freud tuvo otros seguidores que la gente cool admira aún más. Por ejemplo, un psiquiatra discípulo de Freud, Jacques Lacan, escribía cosas totalmente incomprensibles. El mismo Lacan se ufanaba de decir a sus estudiantes, “cuanto menos me entiendan, mejor”. Lacan es aún más cool que Freud.
Ojalá tú puedas resistir a esa tentación de ser cool y admirar a psicólogos que, en realidad, son más charlatanes que científicos. La buena psicología es aquella que respalda con evidencia sus alegatos, y además, se expresa en términos claros y comprensibles.
En todo caso, al César lo que es del César. En medio de tanto disparate, Freud sí dijo algunas cosas interesantes. A los psicólogos contemporáneos sí les interesa su teoría sobre los mecanismos de defensa (su hija, Anna Freud, desarrolló aún más este tema). Decía Freud que, ante situaciones estresantes, en vez de enfrentar la dura realidad, muchas veces reaccionamos inconscientemente de forma defensiva, para evitar asumir la dura situación que atravesamos.
Supón, por ejemplo, que tu novio te es infiel. Eso sería una ocasión bastante lamentable y desagradable. Frente a eso, tú podrías actuar como una niña, y amenazar a tu antiguo novio, diciéndole que lo vas a acusar con tu mamá. Eso sería un mecanismo de regresión. O, podrías pensar que tu novio no tiene sexo con tu amiga; sólo le está haciendo un examen físico. Eso sería un mecanismo de distorsión. También, para escapar de la dura realidad, podrías sumergirte totalmente en un cuento en el cual tú engañas a los hombres, y no al contrario. Eso sería un mecanismo de fantasía. O, incluso podrías pensar que el novio de tu amiga le es infiel a ella. Eso sería un mecanismo de proyección.
Por lo general, estos mecanismos de defensa nos impiden enfrentar las cosas, y tomar las medidas correctivas para salir aireados ante situaciones difíciles. Pero, hay mecanismos de defensa que sí pueden ser constructivos. Por ejemplo, ante la infidelidad de tu novio, tú podrías hacer la resolución de desarrollar algún talento que no pudiste desarrollar en tu noviazgo. Eso sería un mecanismo de sublimación. O, podrías asumir la difícil situación con un poco de ligereza, bromeando que, puesto que ahora tienes cuernos, no puedes entrar a tu casa. Eso sería un mecanismo de humor.
A los psicólogos contemporáneos también les interesa mucho la teoría de Freud sobre las transferencias. Decía Freud que, en nuestras interacciones sociales, es muy fácil transferir a alguna persona, las emociones que hemos tenido respecto a alguien en el pasado, especialmente si esas personas guardan algún parecido entre sí (aunque no necesariamente físico). Freud, obsesionado como estaba con los temas de la sexualidad en la infancia, pensaba que estas transferencias consistían básicamente en la proyección de emociones hacia personas que se parecen a los padres (ya te he comentado sobre la teoría que dice que los hombres buscan novias parecidas a sus madres). Pero, aun sin necesidad de tragarse el cuento de Freud sobre el complejo de Edipo, podemos aceptar que, en efecto, muchas veces desarrollamos emociones ante personas, no propiamente por sus propias características, sino por las características de otras personas a quienes nosotros atribuimos algún parecido. Por ejemplo, una mujer que sufrió vejámenes de su padre durante su adolescencia, puede venir a temer a todos los hombres con quienes interactúe en su vida.
Como ves, Belén, no todos los psicólogos son psicoanalistas, del mismo modo en que no todos los que se llaman Mohammed son fanáticos religiosos. Freud merece un sitio en la historia de la psicología, pero ningún psicólogo debería tomarse muy en serio sus ideas para estudiar la conducta humana. Lamentablemente, las pelis siguen presentando al psicólogo que interpreta todo en función del complejo de Edipo. Con las pelis, debes hacer algo parecido a lo que debió hjaber hecho Freud con los mitos griegos: disfrutarlos, pero no tomarlos demasiado en serio. Ni los niños quieren acostarse con sus madres, ni el psicoanálisis es una corriente muy influyente en la psicología actual. Se despide, tu amigo Gabriel.

lunes, 24 de julio de 2017

Carta a Belén sobre la terapia cognitivo conductual



            Querida Belén:

            Estoy muy emocionado de poder visitarte pronto. Estoy seguro de que tus padres también estarán muy contentos. Pero, debo confesarte algo: tengo un poco de miedo. He viajado a muchos países, pero no termino de acostumbrarme a los aviones. No soy creyente, pero cuando hay turbulencia, rezo. Al final, siempre me recompongo. Pero, como recordarás, hay gente que sufre temor ante situaciones específicas (como viajar en avión), al punto de que no logra tener un funcionamiento normal en su vida.
            ¿Están estas personas condenadas a viajar en bus por el resto de sus vidas? No necesariamente. Los psicólogos tienen técnicas muy eficientes para que sus pacientes sobrepongan las fobias. Muchas fobias vienen de la asociación de algún evento desagradable, con el objeto o situación temida. Los psicólogos podrían hacer que el paciente pierda el temor al objeto o asociación, asociándolo con cosas placenteras y relajantes.

            ¿Recuerdas a Freud? Él tuvo un paciente muy singular, que vino a llamar el pequeño Hans. Era un niño que temía a los caballos. Freud pensaba que Hans temía a los caballos porque ese animal representaba a su padre. Y, Freud creía que los niños tienen el temor de que sus padres los castren. Ya sabes lo que yo pienso de semejantes disparates… Si yo hubiese sido el doctor de Hans, más bien habría pensado que el temor de ese niño se originó en alguna experiencia desagradable que tuvo, en la cual algún caballo estuvo presente.
            Pero, el hecho es que Freud tuvo muchos discípulos que se han tomado estas ideas en serio. Y, hasta el día de hoy, esos psicólogos tratan, no solamente las fobias, sino cualquier otro problema psicológico, intentando descubrir el inconsciente del paciente en cuestión. Ellos dicen que, para vencer los miedos, hay que buscar el origen de esas fobias, y eso puede llevar años de análisis, escudriñando los eventos de la infancia.
            Así te puedes pasar años y años, sin aún poder montarte en un avión. Hay gente para todo, pero si yo fuera el paciente, preferiría algo más efectivo en el corto plazo. Y de hecho, hay formas mucho más eficientes de tratar las fobias. Es mejor ir al grano. Lo importante no es el origen de la fobia, sino cómo hacer para que el paciente no siga sufriendo temores infundados.
            Pues bien, hay varias técnicas que fundamentalmente, dependen del condicionamiento clásico. ¿Recuerdas qué es eso? Es el proceso psicológico en el cual, lo mismo que con el perro de Pavlov, se asocian elementos que aparecen juntos
            La técnica que más se usa para tratar las fobias, es la llamada desensibilización sistemática. Es muy sencilla, aunque lleva esfuerzo. El psicólogo progresivamente va exponiendo al paciente a la situación que le genera temor, pero lo hace asociando esa exposición con estímulos placenteros y relajantes, de forma tal que, a la larga, no se sienta temor.
            Supón que tú tienes miedo a volar en aviones. Pues bien, tu psicólogo primero te invitaría a relajarte, quizás escuchando algún tipo de música, o dándote un un masaje (aunque, ya sabes, a veces los masajes pueden llevar a excitaciones sexuales, y esto no es una buena idea en las relaciones entre pacientes y psicólogos). Cuando ya estás relajada, el psicólogo te empieza a hablar de aviones. Dados tus temores, tú te volverías un poco tensa, pero de nuevo, el psicólogo trata de relajarte otra vez.
            Así, cada vez que el psicólogo consigue que te relajes, te va introduciendo al objeto que temes, cada vez con más intensidad. Un día te habla de aviones. Otro día, te muestra películas de aviones. Puede incluso hacer un simulacro contigo de cómo entras al avión, te abrochas el cinturón de seguridad, etc. Así, vas asociando el estar relajada con los aviones. Y, cuando finalmente te toca viajar en avión, ya no tienes el temor de antes, pues ahora, eres capaz de relajarte mientras vuelas. Esto, Belén, funciona muchísimo. Es de las técnicas más eficientes que hay.
            Los psicólogos también pueden usar esta técnica a la inversa con algunos pacientes. En vez de asociar una situación con una sensación relajante o placentera, se podría buscar asociar un hábito con una experiencia muy desagradable. Esto serviría así para tratar de eliminar conductas que causan problemas. Sé que tu tío Alberto ha tenido algunos problemas de alcoholismo, y está intentando dejar la bebida. A veces, con personas como tu tío, los médicos recomiendan recetarles una droga, disulfiram. Cuando los pacientes beben alcohol, el disulfiram hace que vomiten y sientan náuseas. El objetivo es hacer que la persona asocie la bebida con el malestar, de forma tal que no tenga ganas de volver a beber.
            Esta técnica se llama condicionamiento aversivo. Aunque frecuentemente es satanizada en las pelis (¿viste alguna vez La naranja mecánica?), es bastante útil. Puede servir, por ejemplo, para tratar la pedofilia. Lamentablemente, hay gente perturbada que siente placer sexual con los niños. Ese placer podría erradicarse si se asocia la experiencia pedófila con alguna sensación desagradable. Obviamente, los psicólogos no proponen que el pedófilo deliberadamente acose a un niño para asociar esa experiencia con algo desagradable. Pero, sí podría plantearse que el pedófilo vea fotos de niños desnudos, y mientras lo hace, se le apliquen descargas eléctricas. Esta técnica se llama sensibilización encubierta. En este tipo de técnica, se presenta un estímulo imaginado (en este caso, no sería la propia experiencia pedófila, sino sólo la foto del niño), y se asocia ese estímulo con un estímulo desagradable.
            Debo advertirte, Belén, que si bien en el caso de la pedofilia estas técnicas parecen dar buenos resultados, no sirven en el caso de la homosexualidad. Hay padres que creen que, si envían a sus hijos homosexuales a campamentos, y ahí les aplican sensibilización encubierta, se volverán heterosexuales. Esas cosas no funcionan. Lo más probable es que la gente homosexual nace así, y las terapias no puedan cambiar eso.
            En fin, hay aún otras técnicas que los psicólogos usan para que los pacientes venzan las fobias. A veces, los psicólogos optan por inundar a los pacientes con el propio objeto que temen. Supón que tienes miedo a las arañas. Pues bien, tu psicólogo podría inducirte a que te metas en una piscina llena de arañas inofensivas. Seguramente gritarás y entrarás en pánico. Pero, al cabo de poco tiempo, te darás cuenta de que sigues viva, y que las arañas son inofensivas. Pues bien, tras esa experiencia, es probable que no vuelvas a temer a las arañas, pues habrás comprobado que, en efecto, no hay nada de qué preocuparse.
            También serviría si, en vez de ser tú misma quien se mete en la piscina, ves a otra persona tranquilamente tocar e interactuar con muchas otras arañas. ¿Recuerdas que en otra carta te decía que se pueden aprender cosas que son modeladas por los demás? Pues bien, si observas la conducta de alguien que no teme a las arañas, tú misma podrías vencer ese temor.
            Todo esto está muy bien para las fobias a cosas específicas. Pero, ¿qué hay de la ansiedad más generalizada? Pues bien, te diré que los médicos tienen una técnica muy curiosa que también sirve para tratar ese tipo de ansiedad. ¿Recuerdas cuando te escribía sobre la reacción de lucha o huida? Cuando sientes temor y estás estresada, el corazón late más rápido y más duro, te pones más tensa, se corta tu digestión, etc. Si tú pudieras ver en una pantalla cómo tus funciones fisiológicas se alteran cuando estás nerviosa o enojada, seguramente respirarías profundo y tratarías de relajarte.
En efecto, tal técnica existe, y se llama biofeedback. El terapeuta te coloca aparatos que captan señales de tus funciones fisiológicas, y las proyecta sobre un monitor. Tú piensas en cosas o situaciones que te causan estrés, y naturalmente, ves que tus funciones fisiológicas se alteran. Pero, al tú misma ver esa alteración, haces el propósito de relajarte.          Básicamente, vas recibiendo un premio. Tú misma te vas dando cuenta de que, al relajarte, tu presión arterial baja, y así, eso te motiva para seguir haciendo lo que estás haciendo. Es básicamente condicionamiento operante. ¿Recuerdas a Skinner y su rata? En ese experimento, la rata recibe comida cada vez que tira la palanca. Pues bien, en el biofeedback, tú eres premiada con la información de funciones fisiológicas normales, cada vez que te relajas.
Todo esto, Belén, son intentos por modificar conductas. Pero, como sabrás, la ansiedad y la depresión a veces no solamente tienen que ver con cómo se actúa, sino también con cómo se piensa y se siente. Pues bien, para eso, hay también unas técnicas muy eficientes. Y, en vista de que las técnicas de modificación de conducta, se pueden combinar con técnicas para modificar el pensamiento que genera ansiedad y depresión, a este tipo de terapia se le suele llamar terapia cognitivo conductual.
Muchos de los problemas que enfrentamos no proceden tanto de las situaciones en sí, sino de las creencias y pensamientos que hacen que respondamos a esas situaciones de distintas maneras. Un importante psicólogo, Albert Ellis, propuso que nuestras conductas ante problemas proceden de un proceso que él llamó ABC. En la fase A, ocurren acontecimientos. En la fase B, nuestros pensamientos y creencias condicionan cómo reaccionamos ante esos acontecimientos. Y, en la fase C, nuestra conducta es la consecuencia de esos pensamientos.
Los problemas surgen cuando tenemos pensamientos distorsionados. Otro famoso psicólogo, Aaron Beck (un estudiante de Ellis), se dio cuenta de que muchas veces la gente se deprime y se angustia precisamente por distorsionar con su pensamiento las cosas. Hay personas, por ejemplo, que generalizan excesivamente. Pueden tener un mal día en el trabajo, y a partir de eso, precipitadamente creen que todos los días en el trabajo serán así de malos.
 Hay otras personas que piensan todo en términos de contraste. Si en una relación de pareja no encuentran a la compañera perfecta, entonces asumen que esa compañera es terrible. Para ellos, no hay medias tintas. Obviamente, el mundo no es blanco y negro; hay una amplia escala de grises intermedios, y no alcanzar a entender esto, puede incrementar la angustia y la depresión.
También hay gente que salta a conclusiones sin ningún fundamento. Supón un día que el director de tu cole te pide que dentro de dos semanas vayas a su oficina. Si tú eres este tipo de personas, pensarías que el director te va a castigar, y vivirías con mucha angustia hasta el día de la cita. Pero, ¿por qué has de asumir eso? Quizás quiera proponerte que participes en un nuevo proyecto en la escuela.
Recuerdo que tú me contabas cómo tu amiga Alicia, cuando la dejó el novio, decía que ella nunca más podría volver a tener novio, y que como consecuencia, dejaría a su madre sin nietos, y que todos serían muy infelices a raíz de ello. A esa forma de pensar, Beck la llamó catastrofizar, y nuevamente, Beck decía que esto genera ansiedad y depresión. Ojalá Alicia pueda entender que ella es muy bella y simpática, y que seguramente, después de ese fracaso, otros novios vendrán. No es necesario plantearse las cosas como si fueran catástrofes.
O, piensa también en esas personas que continuamente se lamentan porque piensan que las cosas deben estar mejor de lo que están. Puedes vivir en un ambiente muy placentero, pero podría invadirte el pensamiento de que podrías vivir una vida mejor. Si piensas así, no importa cuán agradable sea tu ambiente, vivirás angustiada y deprimida. Una famosa psicóloga, Karen Horney, llamó a eso la “tiranía de los posibles”. El estar insatisfecho con lo que tenemos, porque siempre es posible algo mejor, puede resultar muy desagradable.
Pues bien, Aaron Beck propuso que, cuando un psicólogo trata a un paciente con angustias o depresiones, debe tratar de identificar en el paciente distorsiones como éstas. Muchas veces, los pacientes piensan así de forma automática. Beck decía que, en esos casos, el psicólogo debe confrontar al paciente, haciéndole ver que su forma de interpretar las cosas es errónea.
En esto, Beck se parecía mucho a Sócrates. Hace algún tiempo, le escribí a tu hermana Victoria una carta explicándole quién era Sócrates. Lo resumo: Sócrates era un antiguo filósofo griego que hacía preguntas incómodas a sus discípulos, con el propósito de retar las cosas que ellos asumían, y ayudarlos a ellos mismos a refinar sus conceptos y acercarse a la verdad.
Pues bien, Beck decía que el terapeuta debe ser más o menos como Sócrates. Si tu amiga Alicia va a un terapeuta cognitivo conductual, y le empieza a contar sobre el novio que la dejó, el terapeuta le preguntará algo así: “¿qué de especial tenía ese novio tuyo?”. Alicia le dirá: “Era muy bello, y me encantaba su personalidad”. El terapeuta entonces preguntará: “¿es la única persona bella en el planeta? ¿Te encantaba su personalidad, o más bien te hacía sentir bien sencillamente porque te llevaba chocolates?”. Sin duda, serían preguntas odiosas, pero tienen un propósito muy importante: hacer que Alicia deje de pensar en términos catastróficos, y ella misma se dé cuenta de la distorsión de las cosas que asume. Te apuesto a que, con esta confrontación, Alicia misma comprenderá que el romper con su novio no es tan grave, y eso mejorará mucho su ansiedad o depresión. 
         En la terapia cognitivo conductual, hay una técnica muy importante. Se espera que el paciente lleve un registro de sus pensamientos. En este tipo de terapia, hay que trabajar. El paciente lleva un diario de los pensamientos que se le vienen a la cabeza, para luego evaluarlos. Del mismo modo en que el terapeuta lo confronta en la consulta, ahora el paciente debe considerar si esos pensamientos escritos en el diario son razonables, y si no lo son, él mismo debe confrontarse y reemplazar esas distorsiones con pensamientos más razonables.
Esto, Belén, da buenos resultados, y hay muchísimos estudios que así lo confirman. Pero, no creas que la terapia cognitivo conductual es la panacea a todos los problemas mentales. Esto sirve sólo para gente que es medianamente razonable, y a quienes, con un poco de confrontación, se les puede hacer ver sus distorsiones. Si alguien ha perdido contacto con la realidad, y no hay forma de razonar con esa persona, entonces no tiene ningún sentido confrontarlos con estas técnicas. De hecho, puede incluso volverse una situación peligrosa, pues el paciente puede malinterpretar esa confrontación. En casos de depresión severa, de manías, o de psicosis, inevitablemente hay que acudir a los fármacos. Prometo escribirte sobre estas terapias otro día.

Por otra parte, hay algunos psicólogos que dicen que la terapia cognitivo conductual no funciona bien con gente deprimida, no porque esas personas no sean razonables, sino más bien por todo lo contrario: en la depresión, la gente es más realista, y lo que nosotros creemos que son distorsiones, en realidad son formas más correctas de entender la realidad. Esta idea se conoce como la hipótesis del realismo depresivo.
Dos psicólogas, Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abramson, hicieron unos experimentos interesantes para respaldar esta hipótesis. En estos experimentos, a las personas se les pedía que apretaran un botón, y unas luces se prendían y se apagaban. En realidad, el apretar el botón no tenía ninguna incidencia en las luces. Las personas que no estaban deprimidas decían que, al apretar el botón, las luces se prendían y apagaban; extrañamente, las personas que estaban deprimidas, admitían que ellas no tenían el control sobre esas luces, y que el botón no estaba conectado con las luces. Estas personas eran más realistas, y a partir de ello, Alloy y Abramson pensaban que los deprimidos están más en contacto con la realidad.
Es un experimento interesante, pero yo no creo que eso prueba que el ser optimista en la vida sea ilusorio. Es cierto que, a veces, hay que enfrentar las cosas como son, y darse cuenta de que el mundo no es tan maravilloso como nosotros queremos que sea. Pero, yo sigo pensando que en la depresión y la ansiedad, muchas de estas distorsiones cognitivas están presentes, y que el ser confrontados, nos ayuda a corregir tales distorsiones.
Al menos cuando se trata de viajar en avión, Belén, los datos inequívocamente indican que es más seguro que viajar por carretera. No te niego que, cuando hay turbulencia, empiezo a pensar en cómo será mi funeral, y en la gran tristeza que sentirá mi madre cuando le lleguen las noticias del accidente aéreo que causó mi muerte. Pero, gracias a Aaron Beck, ahora inmediatamente corrijo esas distorsiones en el mismo vuelo. Me confronto a mí mismo preguntándome: ¿acaso esta turbulencia me coloca en mayor peligro que cuando hablo por teléfono y conduzco? Por supuesto que no. Y, si al hablar por teléfono y conducir (algo que nadie debería hacer) no me pongo nervioso, ¿por qué he de estarlo en una situación que es mucho más segura? Con estas confrontaciones, me tranquilizo. Ya llevo bastante tiempo haciendo estos ejercicios, de forma tal que, cuando te visite próximamente, no notarás en mí el nerviosismo de mis viajes anteriores. Se despide, tu amigo Gabriel.